domingo, 12 de enero de 2014
lunes, 6 de enero de 2014
IBROL DE LAS
MORADAS,SANTA TERESA DE JESÚS
Trata de
cuán fea cosa es un alma que está en pecado mortal y cómo quiso Dios dar a entender algo de esto a una persona. Trata
también algo sobre el propio conocimiento. Es de provecho, porque hay algunos
puntos de notar. Dice cómo se han de entender estas moradas.
1. Antes que
pase adelante, os quiero decir que consideréis qué será ver este castillo tan
resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está
plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un
pecado mortal: no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que
no lo esté mucho más (1). No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol
que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma (2),
es como si allí no estuviese para participar de El, con ser tan capaz para
gozar de Su Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol. Ninguna
cosa le aprovecha; y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere,
estando así en pecado mortal, son de ningún fruto (3) para alcanzar gloria;
porque no procediendo de aquel principio, que es Dios, de donde nuestra virtud
es virtud, y apartándonos de El, no puede ser agradable a sus ojos; pues, en
fin, el intento de quien hace un pecado mortal no es contentarle, sino hacer
placer al demonio, que como es las mismas tinieblas, así la pobre alma queda
hecha una misma tiniebla.
2. Yo sé de
una persona (4) a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando
pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece si lo entendiesen no
sería posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden
pensar por huir de las ocasiones. Y así le dio mucha gana que todos lo
entendieran; y así os la dé a vosotras, hijas, de rogar mucho a Dios por los
que están en este estado, todos hechos una oscuridad, y así son sus obras;
porque así como de una fuente muy clara lo son todos los arroyicos que salen de
ella, como es un alma que está en gracia, que de aquí le viene ser sus obras
tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden de esta
fuente de vida, adonde el alma está como un árbol plantado en ella (5), que la
frescura y fruto no tuviera si no le procediere de allí, que esto le sustenta y
hace no secarse y que dé buen fruto; así el alma que por su culpa se aparta de
esta fuente y se planta en otra de muy negrísima agua y de muy mal olor, todo
lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad.
3. Es de
considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en el centro
del alma no pierde su resplandor y hermosura que siempre está dentro de ella, y
cosa no puede quitar su hermosura. Mas si sobre un cristal que está al sol se
pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su
claridad operación en el cristal (6).
4. ¡Oh almas
redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras!
¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este
cristal? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta
luz. ¡Oh Jesús, qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los
pobres aposentos del castillo! ¡qué turbados andan los sentidos, que es la gente
que vive en ellos! Y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y
maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como adonde está
!plantado el árbol que es el demonio, ¿qué fruto puede dar?
5. Oí una
vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que
está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos
libre de tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre
de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin. Esto es, hijas, de
lo que hemos de andar temerosas y lo que hemos de pedir a Dios en nuestras
oraciones; porque, si El no guarda la ciudad, en vano trabajaremos (7), pues
somos la misma vanidad.
Decía
aquella persona (8) que había sacado dos cosas de la merced que Dios le hizo:
la una, un temor grandísimo de ofenderle, y así siempre le andaba suplicando no
la dejase caer, viendo tan terribles daños; la segunda, un espejo para la
humildad,mirando cómo cosa buena que hagamos no viene su principio de nosotros,
sino de esta fuente adonde está plantado este árbol de nuestras almas, y de
este sol que da calor a nuestras obras. Dice que se le representó esto tan
claro, que en haciendo alguna cosa buena o viéndola hacer, acudía a su
principio y entendía cómo sin esta ayuda no podíamos nada; y de aquí le
procedía ir luego a alabar a Dios y, lo más ordinario, no se acordar de sí en
cosa buena que hiciese.
6. No sería
tiempo perdido, hermanas, el que gastaseis en leer esto ni yo en escribirlo, si
quedásemos con estas dos cosas, que los letrados y entendidos muy bien las
saben, mas nuestra torpeza de las mujeres todo lo ha menester; y así por
ventura quiere el Señor que vengan a nuestra noticia semejantes comparaciones.
Plega a su bondad nos dé gracia para ello.
7. Son tan
oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como yo,
forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas para decir
alguna que acierte. Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la
tengo para escribir lo que no sé; que, cierto algunas veces tomo el papel como
una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo comenzar. Bien entiendo que es cosa
importante para vosotras declarar algunas interiores, como pudiere; porque
siempre oímos cuán buena es la oración, y tenemos de constitución tenerla
tantas horas (9), y no se nos declara más de lo que podemos nosotras; y de
cosas que obra el Señor en un alma declárase poco, digo sobrenatural (10).
Diciéndose y dándose a entender de muchas maneras, sernos ha mucho consuelo
considerar este artificio celestial interior tan poco entendido de los mortales
aunque vayan muchos por él. Y aunque en otras cosas que he escrito (11) ha dado
el Señor algo a entender, entiendo que algunas no las había entendido como
después acá, en especial de las más dificultosas. El trabajo es que para llegar
a ellas como he dicho (12) se habrán de decir muchas muy sabidas porque no
puede ser menos para mi rudo ingenio.
8. Pues
tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender
estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada (13), sino poned los ojos
en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como
un palmito (14), que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas
que todo lo sabroso cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y
encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con
plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho
más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que
está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración,
poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas,
arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje
en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio
conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a
las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás por
encumbrada que esté le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad
siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va
perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer
flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a
considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que
en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras
piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta
misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de
menos suelen decir (15). Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy
mejor virtud (16) que muy atadas a nuestra tierra.
9. No sé si
queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que
no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los
cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe
que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de
entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás;
porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué
hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y
a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios;
mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos
nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser
humildes (17).
10. Hay dos ganancias de esto: la primera, está
claro que parece una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario
la negra cabe la blanca; la segunda es, porque nuestro entendimiento yvoluntad
se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vueltas de sí con
Dios; y si nunca salimos de nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente.
Así como decíamos de los que están en pecado mortal cuán negras y de mal olor
son sus corrientes, así acá (aunque no son como aquéllas, Dios nos libre, que
esto es comparación), metidos siempre en la miseria de nuestra tierra, nunca la
corriente saldrá de cieno de temores, de pusilanimidad y cobardía: de mirar si
me miran, no me miran; si, yendo por este camino, me sucederá mal; si osaré
comenzar aquella obra, si será soberbia; si es bien que una persona tan
miserable trate de cosa tan alta como la oración; si me tendrán por mejor si no
voy por el camino de todos; que no son buenos los extremos, aunque sea en
virtud; que, como soy tan pecadora, será caer de más alto;
viernes, 3 de enero de 2014
LIBRO DE LAS MORADAS.SANTA TERESA, CAP- 1
5. Pues
tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos
entrar en él.
Parece que
digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que no hay
para qué entrar, pues se es él mismo; (9) como parecería desatino decir a uno
que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho
de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo
(10) que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar
dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun
qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de oración (11) aconsejar
al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es.
6. Decíame
poco ha un gran letrado (12) que son las almas que no tienen oración como un
cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede
mandar; que así son, que hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas
exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí; porque
ya la costumbre la tiene tal de haber siempre tratado con las sabandijas y
bestias que están en el cerco del castillo, que ya casi está hecha como ellas,
y con ser de natural tan rica y poder tener su conversación no menos que con
Dios (13), no hay remedio. Y si estas almas no procuran entender y remediar su
gran miseria, quedarse han hechas estatuas de sal por no volver la cabeza hacia
sí, así como lo quedó la mujer de Lot (14) por volverla.
7. Porque, a
cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración
y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser
con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y
quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los
labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas
es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la
majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo
que se le viene a la boca y tiene deprendido por hacerlo otras veces, no la
tengo por oración, ni plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta
suerte; que entre vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no lo habrá, por la
costumbre que hay de tratar de cosas interiores, que es harto bueno para no caer
en semejante bestialidad (15).
8. Pues no
hablemos con estas almas tullidas, que si no viene el mismo Señor a mandarlas
se levanten como al que había treinta años (16) que estaba en la piscina,
tienen harta malaventura y gran peligro, sino con otras almas que, en fin,
entran en el castillo; porque aunque están muy metidas en el mundo, tienen
buenos deseos, y alguna vez, aunque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro
Señor y consideran quién son, aunque no muy despacio; alguna vez en un mes
rezan llenos de mil negocios, el pensamiento casi lo ordinario en esto, porque
están tan asidos a ellos, que como adonde está su tesoro se va allá el corazón
(17), ponen por sí algunas veces de desocuparse, y es gran cosa el propio
conocimiento y ver que no van bien para atinar a la puerta. En fin, entran en
las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas sabandijas, que
ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar; harto hacen en haber
entrado.
9. Pareceros
ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad del Señor no sois de
éstas. Habéis de tener paciencia, porque no sabré dar a entender, como yo tengo
entendido, algunas cosas interiores de oración si no es así, y aun plega al
Señor que atine a decir algo, porque es bien dificultoso lo que querría daros a
entender, si no hay experiencia; si la hay, veréis que no se puede hacer menos
de tocar en lo que plega al Señor no nos toque por su misericordia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)