miércoles, 30 de enero de 2013










                                       DOMINGO IV C del tiempo Ordinarios.- Dia 3 de febrero

De este evangelio nos sorprende esa frase de Jesucristo, que expresa una realidad desconcertante:” Nadie es bien visto en su tierra”.- También certifica el Evangelio que , inicialmente, sus paisanos de Nazaret le apreciaban, les gustaban “las palabras de gracia que salían de sus labios”.Pero esta aprobación inicial parece que duró poco. Pronto nacieron las sospechas mal intencionadas y el rechazo...Estas son las consecuencias de la envidia. O de algo más profundo: de ese rechazo que los hombres parecen sentir a la presencia y a la acción poderosa de Dios. Las raices del rechazo  están en la envidia, que se manifiesta en el resentimiento contra alguien que siendo uno de ellos, está por encima de ellos, y máxime porque se llama Hijo de Dios,y porque hace milagros que sólo Dios puede hacer.

 En lo más profundo del corazón humano dormita la rebelión contra Dios, o contra el que actúa en su nombre, como el apóstol, el santo o contra quien es  piadoso. Un hombre así es una provocación permanente. Hay algo en nosotros pecadores que no soporta la vida de un santo.- Es la vieja tentación de siempre: el hombre soporta a Dios siempre que se mantenga lejos. Está dispuesto, incluso, a amarle, pero a condición de que no intervenga demasiado en su vida, que no ponga trabas a su egoísmo. Y ese es el gran escándalo de los habitantes de Nazaret: Se dicen entre sí,“¿Cómo va a ser santo este hombre que  conocemos, que es alguien con quien hemos jugado y convivido ? ¿No sabrán ellos mejor que nadie quién es éste que alardea de ser un profeta, un enviado de Dios, siendo el hijo del carpintero ? ¿Cómo van a aceptarle si su santidad es una provocación para la mediocridad de los demás ?.

Jesucristo lo ha entendido, y les cita el proverbio popular:”Ningún profeta es bien mirado en su tierra”.- El rechazo hacia Jesucristo esta vez no termina sólo en palabras. A empellones lo van empujando y lo llevan hasta el despeñadero del pueblo, para acabar con él...Pero no le había llegado todavía la hora de morir. Mostraba que el reino que Jesús anunciaba no era el de la carne y de la sangre, y que tenía que llamar a las puertas de otros corazones. Hay familias y pueblos que lo aclaman y lo ensalzan, y hay otras que lo empequeñecen y desprecian. En sus mismos apóstoles encuentra esas contradicciones, por lo que tiene que reprenderles con frecuencia: ¿Tampoco vosotros me entendeis?”; “ Llevo tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me habéis conocido?”.

   Si esta es la incomprensión de sus paisanos, parientes y amigos, podemos imaginar la hostilidad de sus enemigos. Hasta llegan a decir de él lo más grave: que expulsaba a los demonios y que hacía milagros por medio del príncipe de los demonios. Incluso algunos de los más principales y jefes del pueblo creyeron en él, pero se ocultaban, no querían aparecer a su lado, temiendo ser excluidos de las sinagogas,”porque amaban más la gloria de los hombres que la de Dios”. Defendían sus intereses personales, su “orden” , su estatus social.

     Nunca Jesucristo perdió la paciencia ni la serenidad, ni camufló o aguó su mensaje, por quedar bien. Su mensaje era radicalmente claro como el sol, aunque les cegase o les desconcertase. Todo su modo de ser y de obrar iba contra lo establecido, y hablaba con más autoridad que nadie. Sólo le interesa la gloria de Dios, los mandamientos dados por Dios, y no aprecia ninguno de los valores establecidos por los hombres al margen de la ley de Dios,aunque fuese contra corriente. Apuesta, además, por las clases más abandonadas, por los marginados, mujeres, publicanos, pecadores, extranjeros como los samaritanos. Busca establecer un orden nuevo en la sociedad, la civilización del amor. Pone a un niño -que ocupaba en rango más bajo de la sociedad de entonces- pone a un niño como un modelo al que hay que aspirar, cura a los leprosos sin preocuparse de su etiqueta de intocables.

    Jesucristo se sintió incomprendido, en soledad. Los que estaban con él, no estaban en realidad con él. Cuantos pensaban que le entendían, se les escapaba. El era más grandes que sus pobres cabezas y mucho mayor aún que sus corazones.Sus palabras eran tan hondas que resultaban casi inaudibles. Sólo el Espíritu santo daría a los creyentes aquel suplemento de alma, que era necesario para entenderle. Sólo el Espíritu nos dará también a nosotros luz para entenderle.

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